martes, 11 de diciembre de 2012


“La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy.”
 (Lucio Anneo Séneca)

Cruz Ruíz, Juan.

texto, resumen de la siguiente dirección






Saber narrar en periodismo
El buen oficio y sus límites
Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente.


¿Y periodismo? ¿Qué es periodismo? Es lo que intermedia entre la realidad y el lector. ¿Para qué le sirve a éste? Para saber qué ocurre, para tomar decisiones, para seguir atento, para votar con conocimiento de causa, para seguir viviendo, para saber qué se pien­sa de la película, de los libros, de la música que quiere ver, leer o escuchar. En primer lugar, que interese al periodista. El periodista es el testigo que el público envía a la vida. Es un enviado especial en la vida. Un enviado especial a la realidad. Eso es el periodista.
El periodismo es, en definitiva, la consecuencia de lo que ha­cen los periodistas. Por tanto, si el periodista es un testigo tan humilde que únicamente está ahí para dar testimonio de lo que ocurre, el periodismo es un elemento primordial del servicio pú­blico, y es un servicio humilde aunque algunos periodistas se con­sideren más primordiales que la realidad. La realidad es lo que importa; el periodista es un vicario de la realidad.
El periodismo es un servicio público.Se basa en algunos supuestos, o materiales, o instrumentos, que resumieron mejor que nadie Bill Kovach y Tom Rosenstiel en Los elementos del periodismo (Aguilar, 2012).

Ellos resumieron en estos nueve puntos el desarrollo de un largo debate de expertos en periodismo reunidos en Harvard:
1. La primera obligación del periodismo es la verdad.
2. Debe lealtad ante todo a los ciudadanos.
3. Su esencia es la disciplina de la verificación.
4. Debe mantener su independencia con respecto a aquellos de quienes informa.
5. Debe ejercer un control independiente del poder.
6. Debe ofrecer un foro público para la crítica y el comentario.
7. Debe esforzarse por que el significante sea sugerente y rele­vante.
8. Las noticias deben ser exhaustivas y proporcionadas.
9. Debe respetar la conciencia individual de sus profesionales.
Quienes desarrollan o practican este oficio son seres humanos, naturalmente; sujetos, como tal, a presiones, humores, etcétera. Como los abogados en su oficio o los médicos en el suyo, la vida pasa por ellos, con sus tormentas emocionales, con sus altibajos y también con sus etapas de bonanza, pero frente a toda contingen­cia han de mantener el pulso firme para defender o para curar. El periodista, atacado por las mismas adversidades o emociones, ha de mantener siempre el equilibrio ante las presiones externas o ante la expresión de sus propios conflictos, porque ha de narrar la rea­lidad sin quebrarla en función de su humor o de sus intereses. Pero el periodista es un ser humano, no está alejado, por tanto, de fenó­menos sentimentales o personales como la vanidad, el egocentrismo, el lugar común, la parcialidad, etcétera; el periódico (el medio de comunicación en general) es el gran crisol en el que esos defectos posibles tienen que discernirse para que el producto que reciba el lector (el consumidor de medios) cumpla esos nueve puntos y los puntos que ahí faltan: la imparcialidad o la objetividad, por ejemplo.
Gabriel García Márquez ha dicho (y lo han dicho otros tam­bién antes que él) que es el oficio más bello del mundo. Para algu­nos (para los que sufren el mal periodismo en sus carnes, para los que han sido vilipendiados o insultados injustamente desde las páginas de los periódicos) puede ser el oficio más abyecto del mun­do. El periodista riguroso es aquel que no levanta sos­pechas, el que ofrece todos los datos que se requieren para que su pieza sea creíble. Un periodista que desata sospechas tiñe por com­pleto no sólo lo que escribe sino el periódico en general.
El periodismo, en sus diversos soportes, es ahora más accesible, pero también más manipulable que nunca. En algún momento esa capacidad de manipulación se hizo explícita, cuando en algunos me­dios se pidió a los ciudadanos que actuaran como periodistas. El periodismo ciudadano. Ésa fue una buena ocurrencia que se encon­tró enseguida con un problema: ¿y quién verifica que lo que el ciu­dadano ha retratado o descrito se corresponde con la realidad y no con sus intereses a la hora de mirar la realidad? Por muy sospecho­so que sea el punto de vista de un periodista, siempre será el punto de vista de un hombre o de una mujer que está familiarizado con los elementos del oficio..
Es un oficio que requiere, pues, un enorme equilibrio. Y no sólo eso: el periodismo requiere una gran dosis de respeto al pró­jimo, sea éste protagonista de las noticias o simplemente lector. Para respetar al otro (protagonista, lector) el periodista ha de res­petarse sobre todo a sí mismo, es decir, ha de respetar el oficio como el reflejo de la realidad.
Periodista es, pues, gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente. Pero, si narra, la gente lo ha de creer. Si el periodista no es creíble, su medio se desfonda, pero él se desfonda primero.
El periodista, por tanto, es un ser humano sometido a todo tipo de presiones, y la primera presión que sufre es la propia. La de su conciencia, o la de su mala conciencia, que le permite una con­ducta laxa que incluye la posibilidad de escribir o decir, impune­mente, aquello que sabe que no es cierto con el objetivo único de engañar y de manipular.
Conviene, entonces, que en el uso de esa magnífica definición, «periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente», no veamos sólo el estímulo de la grandeza del periodismo, que existe; conviene contrastarla con la realidad del oficio, que a veces desbarata las buenas intenciones.
QUIÉN PUEDE SER PERIODISTA
¿Periodista lo puede ser cualquiera? Sí, con la condición de que sea periodista.
Se suele decir, y es mentira, que el oficio de periodista se pue­de desempeñar con escasos materiales. Basta con que sepas escribir, se dice. No es cierto. Hay grandes escritores que jamás serían bue­nos periodistas. ¿Por qué? Porque no tienen un verdadero interés por saber todo lo que hay alrededor de una noticia. Les interesa el hecho, acaso, la emoción que éste suscita, la narración misma del acontecimiento, luctuoso o festivo, y lo narran. El periodista tiene una obligación suplementaria, que el escritor puede obviar. El pe­riodista ha de saber por qué ocurrió, a quién le ocurrió, cómo ocu­rrió, cuándo pasó, qué consecuencias tuvo esto que está describien­do, cómo lo cuentan quienes lo vivieron, qué hubo antes y después en el lugar o en el protagonista o en los protagonistas... Al escritor le basta saber qué ocurrió, y a partir de ahí puede poner a funcionar su imaginación y los otros recursos (la metáfora, la suposición, el monólogo interior...) e instrumentos que adornan la libérrima esencia de su oficio.
Así que el periodista no es un escritor, aunque sus materiales sean en gran medida los de un escritor. Es un testigo obligado por su oficio a dar testimonio de lo que ve con la misma actitud con que el gran poeta José Hierro contó aquel funeral que narra en su célebre poema «Réquiem»: sin vuelo en el verso, sencillamente. Azorín lo decía: hay que ir «derechamente» a las cosas; el perio­dista ha de ser sencillo y veraz; es más, cuanta más sencillez emplee, más veracidad desprenderán sus historias.

EL PERIODISMO ES UN OFICIO CRUEL
Esa definición que he glosado en esta introducción, «periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente», se la escuché a Eugenio Scalfari, primer director del diario italiano La Repubbli­ca, hace ahora veinte años. El entonces ya veterano periodista ha­blaba ante los cuarenta alumnos de una promoción del Máster de Periodismo de El País y la Universidad Autónoma de Madrid. Los alumnos, los profesores y los periodistas asistíamos a esa sesión en la que el periodista más polémico de Italia después de Indro Mon­tanelli desplegaba con enorme sabiduría los materiales de su larga experiencia. Cuando llegó a esa frase yo sentí que hablaba de mí, de mi experiencia, de mis deseos muy tempranos de practicar este oficio.
Muchos años después fui a verlo a Roma para una entrevista sobre el porvenir del oficio. Para documentarme leí algunas inter­venciones suyas más recientes, y hallé que, más de veinte años des­pués de aquella hermosa definición ante los estudiantes, el autor de los editoriales más temidos por Silvio Berlusconi había dicho esta frase lapidaria: «El periodismo es un oficio cruel».
Entonces le pregunté al maestro cuál es esta crueldad. Y me respondió, pausadamente, juntando sus dedos de músico: «En cier­ta manera, nos atrae el hecho de tener que ver a los personajes de la actualidad, de los que hemos de ocuparnos, al desnudo, inten­tando saber cómo son más allá de la apariencia. Y esto es cruel porque a la gente no le gusta que la desnuden y que la describan en su desnudez, en su realidad, la que nos parece a nosotros, que no quiere decir que sea la verdadera realidad. Por tanto, hay algo de crueldad en esto que ha llegado a crear un proverbio sobre lo que es una noticia».
. El objeti­vo de sacar a la luz virtudes y defectos, hechos y fechorías, de la vida pública, cuando además la investigación tiene que ser completa, hace que se entre también en la vida privada; es por tanto la pro­longación de la investigación sobre la vida pública, pero la vida privada debería ser excluida. Existen, por el contrario, periódicos, habitualmente de un nivel bajo pero también de alto nivel, que entran en la vida privada, publican cotilleos...».
Narrar, y el límite de lo que se narra. Me interesa mucho de­cir qué pienso de esta coincidencia, que dos veteranos, como Jean Daniel y Eugenio Scalfari, dos maestros, se hallen preocupados en paralelo por el poder que el periodista tiene para inmiscuirse en lo que no le importa a la gente, aunque le excite. Significa que el periodismo (con el amparo también de las nuevas tecnologías) está entrando en aguas turbulentas que desnaturalizan esa raíz del oficio que tan bellamente describía Scalfari: periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente.
El poder te quiere comprar, te quiere corromper, pero tú no ves esos hilos hasta que ya te has enredado en ellos. La madeja del poder es muy sabia. ¿Cómo se las arreglaba usted, le dije a Jean Daniel, para salir de ese garabato envilecedor? «A mí siempre me invitaban, siempre, y tenía un método: rechazaba la invitación, pasaba una nota cuando era políticamente correcto o la aceptaba ha­ciéndolo notar.
El maestro Jean Daniel  habla de una de las amenazas más graves que contiene la conversación pe­riodística contemporánea: la amenaza de la calumnia. «Absoluta­mente, salvo que la calumnia ahora se apoya en las nuevas tecno­logías». Las nuevas tecnologías ayudan a la dispersión de los rumores, le dije. «No es exactamente eso. Hace algunos años sí se producía la difusión del rumor, un término que arranca de Beau­marchais. Pero ahora lo nuevo es la presentación de las noticias. Enciendes el televisor y ves una cara. ¿Qué ha hecho? Y después de la cara alguien dice: “Ha sido acusado de...”. Sin pruebas. No es sólo la difusión del rumor, es la fuerza que se da a la presentación del rumor».
Jean Daniel me dijo sobre lo que aporta Internet al periodismo: «A los periodistas les aporta el gusto por la velocidad. La posibilidad de que cualquiera pueda contestar a cualquiera. El hecho de que todo el mundo pueda ser un periodista y, en este caso, que los propios periodistas ya no crean en ellos mismos, porque se les cuestiona en todo momento. Se está produciendo un descrédito de la función del periodista».
De esas dos conversaciones, con Scalfari y con Daniel, dos históricos del periodismo histórico, me fui desconcertado, convencido de que el oficio estaba entreabriendo una puerta hacia un abismo de dimensiones impredecibles.
Somos periodistas para contar lo que pasa. Será mejor periodista el que lo cuenta mejor. Da igual dónde, si es en una página web, en un blog, en un periódico de papel, en la radio, en la televi­sión o en un panfleto colgado en la pared de la universidad. Lo importante es narrarlo. Lindo haberlo vivido para poderlo contar, decía el cantante argentino Jorge Cafrune. Lindo o triste, apasio­nante o decepcionante: lo importante es saberlo contar. Honesta, directamente, «sin vuelo en el verso».

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