“La mayor rémora de la vida
es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy.”
(Lucio Anneo Séneca)
texto, resumen de la siguiente dirección
Saber narrar en periodismo
El buen oficio y sus límites
Periodista
es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente.
¿Y periodismo? ¿Qué es periodismo? Es lo que intermedia
entre la realidad y el lector. ¿Para qué le sirve a éste? Para saber qué
ocurre, para tomar decisiones, para seguir atento, para votar con conocimiento
de causa, para seguir viviendo, para saber qué se piensa de la película, de
los libros, de la música que quiere ver, leer o escuchar. En primer lugar, que
interese al periodista. El periodista es el testigo que el público envía a la
vida. Es un enviado especial en la vida. Un enviado especial a la realidad. Eso
es el periodista.
El periodismo es, en definitiva, la consecuencia de lo
que hacen los periodistas. Por tanto, si el periodista es un testigo tan
humilde que únicamente está ahí para dar testimonio de lo que ocurre, el
periodismo es un elemento primordial del servicio público, y es un servicio
humilde aunque algunos periodistas se consideren más primordiales que la realidad.
La realidad es lo que importa; el periodista es un vicario de la realidad.
El
periodismo es un servicio público.Se basa en algunos supuestos, o materiales, o
instrumentos, que resumieron mejor que nadie Bill Kovach y Tom Rosenstiel en Los
elementos del periodismo (Aguilar, 2012).
Ellos resumieron en estos nueve
puntos el desarrollo de un largo debate de expertos en periodismo reunidos en
Harvard:
1. La primera obligación del periodismo es la verdad.
2. Debe lealtad ante todo a los ciudadanos.
3. Su esencia es la disciplina de la verificación.
4. Debe mantener su independencia con respecto a aquellos
de quienes informa.
5. Debe ejercer un control independiente del poder.
6. Debe ofrecer un foro público para la crítica y el
comentario.
7. Debe esforzarse por que el significante sea sugerente
y relevante.
8. Las noticias deben ser exhaustivas y proporcionadas.
9. Debe respetar la conciencia individual de sus
profesionales.
Quienes
desarrollan o practican este oficio son seres humanos, naturalmente; sujetos,
como tal, a presiones, humores, etcétera. Como los abogados en su oficio o los
médicos en el suyo, la vida pasa por ellos, con sus tormentas emocionales, con
sus altibajos y también con sus etapas de bonanza, pero frente a toda contingencia
han de mantener el pulso firme para defender o para curar. El periodista,
atacado por las mismas adversidades o emociones, ha de mantener siempre el
equilibrio ante las presiones externas o ante la expresión de sus propios
conflictos, porque ha de narrar la realidad sin quebrarla en función de su
humor o de sus intereses. Pero el periodista es un ser humano, no está alejado,
por tanto, de fenómenos sentimentales o personales como la vanidad, el
egocentrismo, el lugar común, la parcialidad, etcétera; el periódico (el medio
de comunicación en general) es el gran crisol en el que esos defectos posibles
tienen que discernirse para que el producto que reciba el lector (el consumidor
de medios) cumpla esos nueve puntos y los puntos que ahí faltan: la
imparcialidad o la objetividad, por ejemplo.
Gabriel
García Márquez ha dicho (y lo han dicho otros también antes que él) que es el
oficio más bello del mundo. Para algunos (para los que sufren el mal
periodismo en sus carnes, para los que han sido vilipendiados o insultados injustamente
desde las páginas de los periódicos) puede ser el oficio más abyecto del mundo.
El periodista riguroso es aquel que no levanta sospechas, el que ofrece todos
los datos que se requieren para que su pieza sea creíble. Un periodista que
desata sospechas tiñe por completo no sólo lo que escribe sino el periódico en
general.
El periodismo, en sus diversos soportes, es
ahora más accesible, pero también más manipulable que nunca. En algún momento esa capacidad de
manipulación se hizo explícita, cuando en algunos medios se pidió a los
ciudadanos que actuaran como periodistas. El periodismo ciudadano. Ésa fue una
buena ocurrencia que se encontró enseguida con un problema: ¿y quién verifica
que lo que el ciudadano ha retratado o descrito se corresponde con la realidad
y no con sus intereses a la hora de mirar la realidad? Por muy sospechoso que
sea el punto de vista de un periodista, siempre será el punto de vista de un
hombre o de una mujer que está familiarizado con los elementos del oficio..
Es un oficio que requiere, pues,
un enorme equilibrio. Y no sólo eso: el periodismo requiere una gran dosis de
respeto al prójimo, sea éste protagonista de las noticias o simplemente
lector. Para respetar al otro (protagonista, lector) el periodista ha de respetarse
sobre todo a sí mismo, es decir, ha de respetar el oficio como el reflejo de la
realidad.
Periodista
es, pues, gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente. Pero, si
narra, la gente lo ha de creer. Si el periodista no es creíble, su medio se
desfonda, pero él se desfonda primero.
El
periodista, por tanto, es un ser humano sometido a todo tipo de presiones, y la
primera presión que sufre es la propia. La de su conciencia, o la de su mala
conciencia, que le permite una conducta laxa que incluye la posibilidad de
escribir o decir, impunemente, aquello que sabe que no es cierto con el
objetivo único de engañar y de manipular.
Conviene,
entonces, que en el uso de esa magnífica definición, «periodista es gente que le dice
a la gente lo que le pasa a la gente», no veamos sólo el estímulo de la
grandeza del periodismo, que existe; conviene contrastarla con la realidad del
oficio, que a veces desbarata las buenas intenciones.
QUIÉN PUEDE SER PERIODISTA
¿Periodista lo puede ser cualquiera? Sí, con
la condición de que sea periodista.
Se suele decir, y es mentira, que
el oficio de periodista se puede desempeñar con escasos materiales. Basta con
que sepas escribir, se dice. No es cierto. Hay grandes escritores que jamás
serían buenos periodistas. ¿Por qué? Porque no tienen un verdadero interés por
saber todo lo que hay alrededor de una noticia. Les interesa el hecho, acaso,
la emoción que éste suscita, la narración misma del acontecimiento, luctuoso o
festivo, y lo narran. El periodista tiene una obligación suplementaria, que el
escritor puede obviar. El periodista ha de saber por qué ocurrió, a quién le
ocurrió, cómo ocurrió, cuándo pasó, qué consecuencias tuvo esto que está
describiendo, cómo lo cuentan quienes lo vivieron, qué hubo antes y después en
el lugar o en el protagonista o en los protagonistas... Al escritor le basta
saber qué ocurrió, y a partir de ahí puede poner a funcionar su imaginación y
los otros recursos (la metáfora, la suposición, el monólogo interior...) e
instrumentos que adornan la libérrima esencia de su oficio.
Así
que el periodista no es un escritor, aunque sus materiales sean en gran medida
los de un escritor. Es un testigo obligado por su oficio a dar testimonio de lo
que ve con la misma actitud con que el gran poeta José Hierro contó aquel
funeral que narra en su célebre poema «Réquiem»: sin vuelo en el verso,
sencillamente. Azorín lo decía: hay que ir «derechamente» a las cosas; el periodista
ha de ser sencillo y veraz; es más, cuanta más sencillez emplee, más veracidad
desprenderán sus historias.
EL PERIODISMO
ES UN OFICIO CRUEL
Esa definición que he glosado en esta
introducción, «periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la
gente», se la escuché a Eugenio Scalfari, primer director del diario italiano La Repubblica,
hace
ahora veinte años. El entonces ya veterano periodista hablaba ante los
cuarenta alumnos de una promoción del Máster de Periodismo de El País y
la Universidad Autónoma de Madrid. Los alumnos, los profesores y los
periodistas asistíamos a esa sesión en la que el periodista más polémico de
Italia después de Indro Montanelli desplegaba con enorme sabiduría los
materiales de su larga experiencia. Cuando llegó a esa frase yo sentí que
hablaba de mí, de mi experiencia, de mis deseos muy tempranos de practicar este
oficio.
Muchos años después fui a verlo a Roma para una
entrevista sobre el porvenir del oficio. Para documentarme leí algunas intervenciones
suyas más recientes, y hallé que, más de veinte años después de aquella
hermosa definición ante los estudiantes, el autor de los editoriales más
temidos por Silvio Berlusconi había dicho esta frase lapidaria: «El periodismo
es un oficio cruel».
Entonces le pregunté al maestro
cuál es esta crueldad. Y me respondió, pausadamente, juntando sus dedos de
músico: «En cierta manera, nos atrae el hecho de tener que ver a los
personajes de la actualidad, de los que hemos de ocuparnos, al desnudo, intentando
saber cómo son más allá de la apariencia. Y esto es cruel porque a la gente no
le gusta que la desnuden y que la describan en su desnudez, en su realidad, la
que nos parece a nosotros, que no quiere decir que sea la verdadera realidad.
Por tanto, hay algo de crueldad en esto que ha llegado a crear un proverbio
sobre lo que es una noticia».
. El objetivo de sacar a la luz virtudes y defectos,
hechos y fechorías, de la vida pública, cuando además la investigación tiene
que ser completa, hace que se entre también en la vida privada; es por tanto la
prolongación de la investigación sobre la vida pública, pero la vida privada
debería ser excluida. Existen, por el contrario, periódicos, habitualmente de
un nivel bajo pero también de alto nivel, que entran en la vida privada,
publican cotilleos...».
Narrar, y el límite de lo que se
narra. Me interesa mucho decir qué pienso de esta coincidencia, que dos
veteranos, como Jean Daniel y Eugenio Scalfari, dos maestros, se hallen
preocupados en paralelo por el poder que el periodista tiene para inmiscuirse
en lo que no le importa a la gente, aunque le excite. Significa que el
periodismo (con el amparo también de las nuevas tecnologías) está entrando en
aguas turbulentas que desnaturalizan esa raíz del oficio que tan bellamente
describía Scalfari: periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a
la gente.
El poder te
quiere comprar, te quiere corromper, pero tú no ves esos hilos hasta que ya te
has enredado en ellos. La madeja del poder es muy sabia. ¿Cómo se las arreglaba
usted, le dije a Jean Daniel, para salir de ese garabato envilecedor? «A mí
siempre me invitaban, siempre, y tenía un método: rechazaba la invitación, pasaba
una nota cuando era políticamente correcto o la aceptaba haciéndolo notar.
El maestro Jean Daniel habla de una de las amenazas más graves que
contiene la conversación periodística contemporánea: la amenaza de la
calumnia. «Absolutamente, salvo que la calumnia ahora se apoya en las nuevas
tecnologías». Las nuevas tecnologías ayudan a la dispersión de los rumores, le
dije. «No es exactamente eso. Hace algunos años sí se producía la difusión del
rumor, un término que arranca de Beaumarchais. Pero ahora lo nuevo es la
presentación de las noticias. Enciendes el televisor y ves una cara. ¿Qué ha
hecho? Y después de la cara alguien dice: “Ha sido acusado de...”. Sin pruebas.
No es sólo la difusión del rumor, es la fuerza que se da a la presentación del
rumor».
Jean Daniel
me dijo sobre lo que aporta Internet al periodismo: «A los periodistas les
aporta el gusto por la velocidad. La posibilidad de que cualquiera pueda
contestar a cualquiera. El hecho de que todo el mundo pueda ser un periodista
y, en este caso, que los propios periodistas ya no crean en ellos mismos,
porque se les cuestiona en todo momento. Se está produciendo un descrédito de
la función del periodista».
De esas dos
conversaciones, con Scalfari y con Daniel, dos históricos del periodismo
histórico, me fui desconcertado, convencido de que el oficio estaba
entreabriendo una puerta hacia un abismo de dimensiones impredecibles.
Somos periodistas para contar lo
que pasa. Será mejor periodista el que lo cuenta mejor. Da igual dónde, si es
en una página web, en un blog, en un periódico de papel, en la radio, en la
televisión o en un panfleto colgado en la pared de la universidad. Lo
importante es narrarlo. Lindo haberlo vivido para poderlo contar, decía el cantante
argentino Jorge Cafrune. Lindo o triste, apasionante o decepcionante: lo
importante es saberlo contar. Honesta, directamente, «sin vuelo en el verso».
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